jueves, 29 de octubre de 2009

El camino del discípulo Pdte. Dieter F. Uchtdorf



El sendero de la paciencia

Sin embargo, no es una solución rápida ni es una cura de la noche a la mañana.
Un amigo me escribió hace poco y me contó que le estaba costando mucho mantener su testimonio fuerte y vibrante. Me pidió consejo.Le contesté y con amor le sugerí algunas cosas específicas que podía hacer a fin de que su vida estuviera más en armonía con las enseñanzas del Evangelio restaurado. Para mi sorpresa, volví a saber de él, apenas una semana después. La esencia de su carta era ésta: “Probé lo que usted me sugirió. No funcionó. ¿Qué más me aconseja?”.
Hermanos y hermanas, tenemos que perseverar. No obtenemos la vida eterna en una carrera corta; ésta es una carrera de perseverancia. Tenemos que aplicar una y otra vez los principios divinos del Evangelio. Día tras día debemos hacerlos parte de nuestra vida habitual.Con demasiada frecuencia tomamos el Evangelio como lo haría un agricultor que pone una semilla en el suelo por la mañana y espera tener una mazorca de maíz lista para comer por la tarde. Cuando Alma comparó la palabra de Dios a una semilla, explicó que la semilla se transforma en un árbol que da fruto gradualmente, como resultado de nuestra “fe, y [nuestra] diligencia, y paciencia, y longanimidad”. Es cierto que algunas bendiciones llegan en seguida: poco después de haber plantado la semilla en nuestro corazón, comienza a hincharse y a brotar y a crecer, y así sabemos que la semilla es buena. Desde el primer momento en que emprendemos el camino del discipulado, comenzamos a recibir bendiciones visibles e invisibles de Dios.
Pero no podemos recibir la plenitud de esas bendiciones “si [desatendemos] el árbol, y [somos] negligentes en nutrirlo”.

El saber que la semilla es buena no basta; debemos “nutr[irla] con gran cuidado para que eche raíz”. Sólo entonces seremos partícipes del fruto que es “más dulce que todo lo dulce… y más puro que todo lo puro” y “comer[emos] de este fruto hasta quedar satisfechos, de modo que no tendr[emos] hambre ni tendr[emos] sed”.

El discipulado es una jornada. Necesitamos las lecciones refinadoras de esa jornada para formar nuestro carácter y purificar nuestro corazón. Al caminar con paciencia por el camino del discipulado, nos demostramos a nosotros mismos la fortaleza de nuestra fe y nuestra disposición de aceptar la voluntad de Dios en lugar de la nuestra.

No es suficiente hablar de Jesucristo ni proclamar que somos Sus discípulos. No es suficiente con rodearnos de símbolos de nuestra religión. El discipulado no significa ser espectadores. Del mismo modo que no podemos experimentar los beneficios de la salud al quedarnos sentados en un sillón mirando deportes en la televisión y dándoles consejos a los atletas, no podemos esperar recibir las bendiciones de la fe si nos quedamos inmóviles fuera del área de juego. Aun así, algunos prefieren “ser espectadores en el discipulado”, o directamente es la primera opción de adoración que escogen.

La nuestra no es una religión de segunda mano. No podemos recibir las bendiciones del Evangelio simplemente por medio de observar lo que hacen otros. Debemos salir de los laterales y practicar lo que predicamos.

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